En un recorrido por senderos que atraviesan terrenos alterados y ruderales, aparecen plantas llamativas que enseguida nos llaman la atención, sin embargo existen otras que suelen pasar desapercibidas, quizás por su diminuto tamaño, por sus colores parduzcos o verdosos, o por la escasez de flores.
Curiosamente cuando nos acercamos y ponemos más atención descubrimos que todas las plantas tratan de ofrecernos sus particulares encantos. Los cepillitos son unas gramíneas inconfundibles, sobre todo cuando alcanzan su madurez y nos muestran su color dorado algo brillante.
Presentan tallos erectos o decumbentes, que son los que se apoyan en el suelo, pero tienen otros que se elevan, solitarios o formando manojos. Sus hojas son lineales o lanceoladas, con lámina plana y nervio central realzado, de color verde amarillento.
Forma pequeñas matas compuestas de densas panículas de finas espiguillas o espículas suaves y blanquecinas, de crecimiento unilateral que apuntan hacia abajo, el conjunto tiene un aspecto parecido a un cepillo o una cola peluda, por este motivo tiene su popular nombre común.
Florece desde febrero-marzo hasta junio-julio. Al madurar genera un fruto característico de las gramíneas, la cáscara del grano es inseparable de la semilla, no se abre al madurar.
Es fácil encontrarla en bordes de caminos, campos de cultivo, lugares cambiados o modificados, también en superficies arenosas, rocosas o pedregosas, paredes secas y muros. Las plantas que son capaces de crecer en lugares pobres muy áridos pueden ser muy pequeñas o enanas.
Suele cultivarse con mucha frecuencia en jardines como planta ornamental. También se dice que ha sido ampliamente utilizada como forrajera para la comida de cabras y ovejas.
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